Crecí con el mandato “Para ser amada no debes crecer”

Dic 2, 2016

Crecí con el mandato “Para ser amada no debes crecer”

Crecí con el mandato “Para ser amada no debes crecer“, pero algo dentro de mí deseaba ser auténtica, ir más allá, deseaba ser vista tal y amada por quien realmente soy.
Ahora sé que es una necesidad humana. Pasé por la contradicción entre “ser la que soy-ser amada”; parecía que no era posible unir los dos polos, que había que elegir entre una u otra opción; y esto mutilaba mi capacidad de hacer mi propio camino.
El mandato familiar que las mujeres debían ocuparse de su madre estaba tan grabado en mi inconsciente, que intentar otro camino me hacía sentir culpable y mala por ello.
El costo de hacer mi vida de manera autónoma era romper con ese mandato, y fue gracias al tu por ti y yo por mi, querida mamá que pude comenzar a cortar esa atadura que no me permitía crecer, madurar y ser feliz.
Claro que no fue fácil este corte. En el viaje transité por conflictos, desacuerdos y distanciamiento, necesario para conservar el propio bienestar emocional. Este alejamiento/ruptura mi madre lo vivía como una amenaza, como un rechazo a ella. Fue para mi desgarrador constatar que mi deseo de crecimiento personal hacía que mi madre me vea como una enemiga.
Entonces sentía “No puedo ser feliz si mi madre no lo es”, y nuevamente el conflicto interior entre ser la que soy y ser quien mi madre deseaba y esperaba que fuera. Intenté sanar y salvar a mi madre, inconscientemente y de muchas maneras; hasta teniendo un hijo con solo 20 años, pues pensaba que le traería alegría y ocupación a la vida de mi madre.
Pero por mucho que lo intenté, puedo afirmar que no podemos sanar a nuestras madres. El respeto y honra de su destino tal como es, es lo que trae la sanación. Llorar por nosotras y por nuestro linaje materno, trae consigo una gran liberación.
Permitir que nuestra madre sea como es, con su destino tal como es, nos da la fuerza necesaria para permitirnos a nosotras mismas ser como somos.
Permitir que nuestras madres recorran su propio camino y dejar de sacrificarnos por ellas, nos libera para poder mirar hacia adelante y hacer nuestro camino propio.
Lo cual implicará tomar consciencia que en nuestra cultura a las mujeres se nos ha enseñado que es noble cargar con el dolor de los otros; que el cuidado emocional es nuestro deber y que deberíamos sentirnos culpables si nos desviamos de esta función.
Desde este programa, inconsciente, nos mantenemos atadas a nuestras madres, débiles e ignorando nuestro poder.
El rol de cuidadora emocional ha sido parte de nuestro legado de opresión, nadie vino a este mundo a sanar y salvar a un otro. Cada uno tiene sus propios aprendizajes que transitar, sus propias experiencias que le aportarán consciencia a su existencia. Desde esta perspectiva que respeta y honra la vida como es, la culpa dejará de controlarnos y podrá transformarse en una fuerza especial para servir a la vida, y dejar de estar atados al pasado.

No tenemos que sanar a nuestra madre y a toda nuestra familia, sólo tenemos que sanarnos a nosotras mismas. Al sanar nosotras, naturalmente se expande la Luz de nuestro Ser.

El precio de transformarnos en auténticas nunca es tan alto como el precio de permanecer en un “falso yo”.
Animarse a transitar el proceso de liberación es parte del despertar para empoderarse y vivir con más consciencia. Es el nacimiento de la “mujer madura” y el comienzo de la verdadera libertad interior.

Una madre que ha logrado madurez empuja a su hija a iniciar su propio camino personal; pero no es lo que abunda en nuestra cultura; y muchas son las mujeres quedan esperando que su madre las suelte e impulse a vivir su vida. Cuando esto nos sucede, habrá que hacer el duelo, llorar, y aceptar que nuestra madre no puede darnos lo que ella misma no recibió, dejar de esperar y hacer nosotras mismas ese corte necesario para seguir creciendo y madurando con libertad: “tu por ti y yo por mi”.
Al final de este dolor aparece una compasión genuina y gratitud hacia nuestras madres y a las madres de nuestras madres.
Es importante ver que, al rechazar las creencias que dicen que para ser aceptadas deberíamos permanecer pequeñas, no estamos rechazando a nuestras madres.
Sanar la herida de la madre es esencial para nuestro crecimiento personal, es un trabajo muy profundo que nos transforma y libera de ataduras ancestrales heredadas de nuestro linaje materno.
Como mujeres, estamos llamadas a liberar las ataduras que nos impiden crecer y madurar para poder hacer nuestro propio camino con LIBERTAD de ser la que soy. ¡Así sea! 

Vete a encontrarte primero para que también puedas encontrarme.
Rumi
María Guadalupe Buttera G.

PorMaría Guadalupe Buttera G.

Nací en Santa Fe, Argentina, el 17 de abril de 1966. Me desempeño como Escritora y Comunicadora sobre Desarrollo Personal y Espiritual, facilitando procesos de transformación interior. Op. en Psicología Social. Counselor.

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