“No te mueras con tus muertos”, por René J. Trossero

Mar 7, 2016

“No te mueras con tus muertos”, por René J. Trossero

¿Sabes que, cuando lloras a tus muertos,  lloras por ti y no por ellos?
Lloras porque los perdiste, porque no los tienes a tu lado.
Porque, si todo concluye con la muerte, tus muertos ya no están, ni siquiera para sufrir por haber muerto; y si la vida continúa, más allá de la muerte, ¿por qué apenarte por tus muertos?

Cuando hayas terminado de aceptar que tus muertos se murieron, dejarás de llorarlos y los recuperarás en el recuerdo, para que te sigan acompañando con la alegría de todo lo vivido…
No te mueras con tus muertos; ¡recuerda que donde ardió el fuego del amor y de la vida, debajo de las cenizas muertas, quedan las brasas esperando el soplo, para hacerse llamas!

Si dices que, sin tus muertos, tú no puedes seguir viviendo, no digas que es porque los amabas tanto,
sino por cuánto los necesitabas, (y no es lo mismo amar que necesitar).
Si lo aceptas así, tal vez descubras, para tu crecimiento,  que tu vida consiste en ser tu vida…
¡y no en la de los otros!

No frenes tus lágrimas cuando llegan,  ni fuerces el llanto cuando se alejan.
No dejes de llorar porque alguien lo reprueba, ni te obligues a llorar porque si no: “¿Qué dirán los otros?”
Respeta tu dolor y tu manera de expresarlo.

No te mueras con tus muertos; déjalos partir, como parten las golondrinas en otoño, para anidar en otros climas y volver más numerosas y crecidas, en otra primavera!
Las lágrimas que ocultas, el dolor que escondes y la protesta que callas, no desaparecen: quedan al acecho del momento en el que puedan estallar.
Y es mejor que lo vivas todo  a su tiempo y en su hora.

Es común que las personas guarden buena cantidad de culpas para reprocharse ante sus muertos.
¡No lo hagas contigo!
Tus muertos no ganan nada con tus insomnios de remordimientos.
Ámalos ahora; recuérdalos con amor, y, quizás, sí ganen algo…

Aprende a mirar la muerte como otro nacimiento, para otra etapa de la vida…
Tú y yo sólo vemos una cara de la muerte, la del otro lado se nos escapa.
Si desde el seno de tu madre hubieras visto nacer un hermano, creo que lo hubieras llorado como muerto, hasta nacer tú y reencontrarlo.

¿Qué sentirías si miraras la muerte como otro nacimiento…?
No te mueras con tus muertos; ¡déjalos que vayan como esta semilla que se lleva el viento, no por capricho de llevarla, sino para sembrarlaen algún lado, aunque tú no sepas dónde!
No te castigues, encaprichada y resentidamente, prohibiéndote gozar de la vida porque perdiste un ser querido.

Tu tristeza te destruye a ti, sin beneficiar a tus muertos.
Y, cuando ellos partieron, no se llevaron contigo tu derecho a gozar de la alegría de la vida.
Tus muertos tenían sus falencias; no sigas culpándolos por tantas cosas…
¡Los muertos no pagan deudas!
Perdónalos, si es necesario hacerlo, dejándolos en paz a ellos y liberándote tú para vivir tu vida.

Tus muertos no están en el cementerio.
Nunca estuvieron ahí, salvo cuando estaban vivos.
¿Me preguntas dónde están…?
Y no puedo responder por ti.
Yo sé dónde están “para mí” los míos; pregúntate tú a ti mismo dónde crees que están “para ti” los tuyos.

El cementerio no es un desierto sin vida, es un campo sembrado con esperanzas…
El cementerio es como un surco donde se arrojan las semillas.
Ningún sembrador vuelve a remover la tierra para buscar las semillas ya sembradas; regresa al campo a la hora de cosechar espigas…

No te mueras con tus muertos; ¡diles tu adiós!, esperanzado, como despides el sol en el ocaso, la luna y las estrellas en la aurora, sabiendo que a su turno y a su hora, todos volverán hacia tu encuentro.
Estos días de dolor profundo, grises de tristeza, de soledad y de silencio, son como el tiempo del invierno para las plantas…

Pero confía en la vida, ¡que es siempre más fuerte que la muerte!, para que retoñe su alegría
y florezcan tus ganas de vivir.
Así como te alegra la belleza de las flores deja que la alegría de los otros te alivie de tus penas. . .

No te rebeles frente a la alegría ajena.
No pretendas que todos se mueran con tus muertos; que cada uno lleva su peso con llorar los suyos.
Y es mejor para ti que te contagien su alegría y sus ganas de vivir, y no se hundan contigo en el pozo de tu pena.

No te mueras con tus muertos; ¡llévalos vivos en tu amor y vive con ellos en tus recuerdos!
¡Sería triste y penoso que tú te dejaras morir y ellos siguieran viviendo…!
Mientras esperas que tus muertos regresen como si no hubieran muerto, les impides volver de otra manera, a ocupar un lugar en tu corazón y en tu recuerdo.

Es una ley de la vida: no se goza el despertar de la aurora sin pasar por la muerte del ocaso.
No te ates con el dolor a tu pasado.
Camina con la luz de la esperanza hacia el futuro.. . ¡Hasta el final!

Tus muertos se van por una puerta, que tú no puedes trasponer,  ¡ahora! porque se cerró tras ellos.
¡No los esperes ahí…!
Despídelos, para que puedas correr y espéralos llegar por otra puerta,  ¡al final de tu duelo!

Si buscas un camino para reencontrarte con tus muertos, no lo busques, llorando, en tu pasado; búscalo, más bien, esperanzado, andando tu camino, hacia el futuro.
Como el árbol, hunde tus raíces en la tierra de tu dolor, para levantar hacia el cielo las ramas de tu esperanza.

¡Deja de culparte!
Que si le hubiera dicho…
Que si le hubiera hecho…
Que si hubiera sabido…
Que si…
¡Todas torturas, inútiles para ellos y crueles para contigo!
Además, “si hubiera sido así”, “si hubieras hecho eso…” hoy te reprocharías no haber hecho lo contrario.
¡Acepta la muerte, y punto!

Del libro: No te mueras con tus muertos, de René J. Trossero.

 

María Guadalupe Buttera G.

PorMaría Guadalupe Buttera G.

Nací en Santa Fe, Argentina, el 17 de abril de 1966. Me desempeño como Escritora y Comunicadora sobre Desarrollo Personal y Espiritual, facilitando procesos de transformación interior. Op. en Psicología Social. Counselor.

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