Tú eres muy especial
Un cuento de Max Lucado
Pero todos eran construidos por el mismo artesano y vivían en una preciosa villa.
Al subir y bajar por las calles de la preciosa villa, la gente empleaba su tiempo en pegarse etiquetas de doradas estrellas o de puntos grises, unos a otros.
Los más hermosos, aquellos construidos con madera pulida y hermosos colores, siempre obtenían estrellas. Pero si la madera estaba áspera o la pintura despegada, los wemmick pegaban etiquetas grises sobre ellas.
Sin embargo, otros, hacían algunas cosas que a los demás no les agradaba, y obtenían puntos grises.
Ponchinelo era uno de esos. Él trataba de saltar como los demás, pero siempre caía. Cuando caía, los demás hacían una rueda alrededor de él y le daban puntos grises.
Después de un tiempo. Ponchinelo tuvo tantos puntos grises feos que no quería salir a la calle. Tenía mucho miedo de hacer algo estúpido como olvidar su sombrero o caminar en el agua, y que la gente le volviera a dar otro punto. La verdad es que tenía tal cantidad de puntos grises
sobre él, que cualquiera se le acercaba y le añadía uno más sólo por gusto.
“Él merece montones de puntos”, comentaban la gente de madera, de acuerdo unos con otros. “Él no es buena persona de madera”, decían.
Después de un tiempo, Ponchinelo creyó lo que decían sus vecinos. “Yo no soy un buen wemmick”, decía. En poco tiempo, él salió a la calle y empezó a relacionarse con otros wemmicks que tenían un montón de puntos grises. Él se sintió mejor entre ellos.
Un día, él se encontró una wemmick que era diferente a cualquiera de las que siempre había conocido. No tenía puntos ni estrellas. Era puramente madera. Se llamaba Lucía. Esto no se debía a que sus vecinos no trataban de pegarle sus correspondientes etiquetas; sino a que las etiquetas no se pegaban a su madera.
“Yo quiero ser de esa madera”, pensó Ponchinelo. “No quiero marcas de nadie”. Así que le preguntó a la wemmick que no tenía etiquetas cómo ella había podido lograr tal cosa.
-“Es muy fácil”, le contestó Lucía. “Todos los días voy a ver a Elí”.
-¿Elí?, preguntó Ponchinelo.
-“Sí, Elí. El artesano. Y me siento en el taller con él”.
–“Por qué no lo averiguas por ti mismo? Sube a la colina. Él está ahí” Y dicho esto la wemmick que no tenía etiquetas ni puntos dio la vuelta y se alejó dando salticos.
-“Pero, ¿querrá el artesano verme a mí?, le gritó Ponchinelo. Lucía no lo oyó.
Así que, Ponchinelo, regresó a casa. Se sentó cerca de la ventana y se puso a observar a la gente de madera cómo corrían de aquí para allá dándose estrellas o puntos unos a otros. – “Eso no es justo”, refunfuñó.
Y decidió ir a ver a Elí.
Él se acercó al estrecho camino que iba a la cima de la colina y fue en dirección del taller grande. Al entrar allí, sus ojos se abrieron desmesuradamente ante las cosas que veía. El taburete era tan alto como él mismo. Tuvo que estirarse sobre la punta de sus pies para mirar la altura de la mesa de trabajo. Un martillo era tan largo como su brazo.
Ponchinelo tragó saliva. “¡No voy a quedarme aquí!”, y se dio vuelta para salir.
Entonces oyó su nombre. -“¿Ponchinelo?”. La voz era fuerte y profunda.
– “Por supuesto que lo sé. Yo te hice a ti”.
Elí se inclinó, recogió del suelo a Ponchinelo y lo colocó sobre la mesa de trabajo. “Hum”, dijo el artesano pensativamente mientras miraba los puntos grises.
-“Parece que has recibido marcas malas”.
– “No significa eso, de verdad, yo me esforcé mucho por no recibirlas, Elí”.
– “Oh, no tienes que defender tus acciones ante mí, muchacho. Yo no me preocupo por lo que los demás wemmick piensan”.
-“¿No te importa?”
– “No, y tú no deberías hacerlo tampoco. ¿Quiénes son ellos para dar estrellas o puntos? Son wemmick exactamente como tú. Lo que ellos piensan no importa, Ponchinelo. Lo único importante es lo que yo pienso.
Y yo pienso que tú eres muy especial”.
Ponchinelo sonrió. – “¿Especial, yo? ¿Por qué? No puedo caminar aprisa.
No puedo saltar. Mi pintura está descolorida. ¿Por qué soy importante para ti?”
Elí contempló a Ponchinelo, puso sus manos sobre sus hombros y le dijo:
-“Porque eres mío”. Esa es la razón de que seas importante para mí”.
Ponchinelo nunca había tenido a alguien que lo viera de esa forma, mucho menos su creador. No sabía qué responder.
– “Cada día he estado esperando que tu vinieras”, explicó Elí.
– “Vine porque me encontré con alguien que no tenía marcas”, dijo Ponchinelo.
– “Lo sé. Ella me habló de ti”
-“Por qué las etiquetas no se pegan sobre ella?”
-“Porque ella decidió que lo que Yo pienso es más importante que lo que ellos piensan. Las etiquetas únicamente se pegan si tú permites que lo hagan”.
-“¿Qué?”
-“Las etiquetas sólo se pegan si son importantes para ti. Lo más importante es que confíes en mi amor, y dejes de preocuparte por sus etiquetas”.
-“No estoy seguro de haber comprendido”.
-“Recuerda, tú eres especial porque yo te hice, y yo no cometo errores”.
Excelente cuento, me ha ayudado con dos generaciones, mis hijos y ahora mis nietos. Es verdaderamente inspirador.