-Mi hijo tiene 35 años y no quería salir de casa, estaba faltando a su trabajo desde hace unos meses, y deseaba hacer algo que pueda ayudarlo. Fui a consultarte e hicimos juntas una meditación. Pude ver cómo mi enojo y resentimiento con su padre afectaba a mi hijo hoy. Profundizando aún más, me acompañaste a ver que ese enojo y resentimiento míos venían de antes, de mucho antes, de mi niñez, del vínculo con mi padre. Y tenía que ver con un trauma que me seguía aún siendo una mujer mayor, una tristeza que me perseguía, la pude ver, llorar y liberarme.
Gracias a esto pude darme cuenta, también, que lo que viví con el padre de mi hijo fue un espejo de ese trauma no elaborado de mi niñez, y así, fue posible despedirme de él, en paz. El resentimiento que sentía con él se desvaneció; y apareció un sentimiento de gratitud por el hijo que tuvimos juntos.
Esta meditación me permitió ver lo que antes no veía, honrar a quienes no honraba, y aceptar a quienes juzgaba. ¡Gracias por acompañarme!