¿Quién Soy?
Cuando uno empieza a preguntarse quién soy, se inicia nuestro proceso de crecimiento
¿Quién Soy?
Y sí… la vida es cambio, nos guste o no, nada queda quieto. Hay grandes cambios y pequeños cambios, y muchos no dependen de nosotros; pero lo que sí depende de nosotros es qué actitud tomamos ante esos cambios que la vida nos presenta.
Si me genera demasiada ansiedad, es que aún no me he encontrado con mi ser interior, con mi verdadero ser. Aquel que se siente guiado por Algo Más Grande, desde mi creencia propia, por Dios.
¿Cómo me conecto con mi verdadero ser?
Comenzando un proceso de reconocimiento de “¿quién soy?”. Cuando uno empieza a preguntarse quién soy, se inicia nuestro proceso de crecimiento. Pues es la base del desarrollo personal. Claro que el camino no es nada fácil, más bien es cuesta arriba. ¡Pero vale la pena! Pues nuestra auténtica felicidad está en juego.
La seguridad la encuentras en tu interior a través de reconocerte a ti mismo
Cuando no nos conocemos a nosotros mismos, ante los cambios que la vida nos presenta, aparecen los miedos, y, con ellos, la tentación de culpar a otros de nuestra situación o evadirla, negarla. Lo cual se traducirá en sufrimiento, ya que estamos negando el flujo natural de la Vida que nos impulsa hacia adelante. Culpar a otros, negar, evadir es una forma de resistirnos a aprender lo que la vida nos enseña hoy por medio de una situación concreta, como podría ser la necesidad de cambiar de trabajo porque el actual ya no me satisface, de correrme de una relación porque ya no me nutre, o no me hace nada bien continuar este vínculo, etcétera, etcétera.
Esas situaciones nos invitan a detenernos y reflexionar sobre nosotros mismos:
¿Qué depende de mí? ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo quiero experimentar esta nueva etapa de mi vida? ¿A qué estoy dispuesto y a qué no?
Así, tomando contacto con nuestro mundo interior y la verdad que hay en él, vamos fortaleciendo la estructura de nuestra identidad, vamos creciendo en confianza en uno mismo, como un ser con valores y principios, con inteligencia, con recursos, con preparación, con vocación de servicio, optimismo, solidaridad, flexibilidad, creatividad y adaptabilidad.
Mientras más nos conocemos, más confianza tendremos en nosotros mismos, en los otros, en la vida, en Dios.
Toma contacto con las sensaciones que experimentas en este momento en tu cuerpo:
¿Qué es lo que realmente estás sintiendo? Dispone de unos minutos para sentirte. Percibe tu cuerpo y tus emociones: ¿qué hay? ¿miedo, incertidumbre, rabia, tristeza? Respira consciente y profundamente, y luego, al expirar, suelta esas emociones que te perturban hoy. Al inspirar pide “por favor” al Espíritu de Dios, para que puedas adquirir esa seguridad que necesitas incorporar en tu interior.
Si sientes que la situación que vives te desborda, pide ayuda con humildad. Eso sí: a una persona o profesional de la relación de ayuda que conozca el camino de regreso a casa, es decir, a nuestro verdadero ser. De lo contrario, será como nos dicen las Escrituras Sagradas: “un ciego que guía a otro ciego”.
¿Cómo saber si esta persona me puede acompañar en este proceso? Lo podrás percibir en su mirada, si es una mirada amorosa, compasiva, es una persona plena y feliz que se ha encontrado consigo misma y, desde allí, podrá acompañar a un otro a recorrer el camino de sanación, crecimiento y desarrollo personal.
Reconectar con el amor a uno mismo es, a veces, un camino cuesta arriba; pero te asegura libertad y auténtica felicidad.
Decreta:
Siempre he sido guiado por Dios y siempre lo seré.
Recuerda:
Tu vida tiene un propósito; con tu trabajo te expandes y das un servicio a la humanidad.
La seguridad personal proviene de nuestro interior, de saberte creado y amado por el Creador. Estás aquí porque Dios así lo quiso y quiere, y nada ni nadie podrá oponerse a cumplir su plan divino en ti. A través de ti, Dios actúa. Tu transformación personal cambia a tu alrededor, crece uno, y crecemos todos, ¡pues estamos todos conectados!
¡Adelante! ¡A servir a la Vida con la seguridad de sentirte guiado por el Espíritu de Dios!